También me enamoré. ¿Están dos almas destinadas a encontrarse? O soy demasiado cursi y crédulo del amor romántico. También sucede con la amistad.
Recuerdo exactamente el momento que a Almudena, una de mis mejores amigas le dije, «También me enamoré». No supe cómo, ni qué sentí, solo supe que en mi ser estaban esas toneladas de serotonina muy típicas y comunes del enamoramiento.
Sobre todo del tipo de enamoramiento que surge de la nada —o casi—de la nada. El que sucede, sucedió y de pronto un día despertaste, desperté y mi primer pensamiento fue justamente: «También me enamoré».
Suena repetitivo de mi parte, pero es que así me sucedió. Y abracé el sentimiento como el niño que no quiere dejar a su madre en el primer día del colegio.
También me enamoré
Dice Shakira, «Bruta, ciega, sordomuda». Te entiendo, Shak. También me enamoré a lo bruto, ciego y hasta quedé sordomudo. Qué ironía. Porque el amor es justo lo contrario, los sentidos al máximo en modo de exploración sin prejuicios y bien abrupto que se presenta.
También me enamoré. A los pocos días de sentir algo “curioso”, más allá de una conexión o un capricho, respiraba y pensaba en el cómo, en todos los porqués y en cada escenario que por más lejano que pareciera, y así fue: lejanísimo, sólo atisbaba, atisbé en mí una posibilidad que fue la entrega.
Como un niño que va al parque y está lleno de de expectativas al llegar porque vislumbra columpios, toboganes —ajá, qué perfecta analogía del enamoramiento—subes y bajas. Todo perfecto para pasarla bien, divertido, con montones de carcajadas y risas.
Pero no. El parque estaba cerrado. Fue como chocar frente a una roca y salir volando a un par de metros porque me estrellé. La roca es una alusión, pero sí, estaba, estuvo allí siempre. Yo vi un parque de juegos.
Y no está mal, pero también me enamoré
¿Qué es para cada persona enamorarse? ¿Es piadoso o culposo el sentimiento? Quizá ambos. ¿Es fortuito o simplemente surge?
Y no está mal, pero también me enamoré. No es un sinsentido, es como apelar a la esperanza de que así, aparentemente de la nada, sucedió, sucede, pasó.
Y no nos tenemos que hacer muchas preguntas. Es como cuando sale una nueva canción o disco y con esas notas, esa candencia e incluso cierta imprudencia conectamos. También me enamoré de esos atisbos que apenas se asomaron a mi corazón y lo poquito de prudencia que me quedó esos días.
Y pasó
Es como si el final de la saga de una historia contada en libros, sabes que tarde o temprano llegará a su fin.
Y pasó. No es que haya llegado a su fin porque no hubo principio. Me quedé esperando sonreír en ese columpio mientras sentía esa sensación de estar volando. O reírme a carcajadas porque el sube y baja —del amor—me estaba ofreciendo la mejor y la más inolvidable experiencia.
¿Qué final si no hubo principio? Me lo pregunté unas sesenta veces.
En mis sueños, recorrí kilómetros para ir casa por casa hasta ver ese momento de clisarse mutuamente.
En mi óptica y en mi vida estoy seguro que volveré a eclipsarme así, incluso podría ser el doble o triple.
Así de disperso como este texto me sentí, me sentía, me siento. Pero quería decir que también me enamoré.
«No viste las señales que estaban frente a ti» María Emilia. Te digo, ciego.