Así se vive la homofobia en la danza

La homofobia es uno de los males sociales que más contamina cualquier ámbito que toque. Desafortunadamente el mundo artístico no es una excepción a pesar de gozar con un sinfín de expresiones. La danza es un ejemplo.

Si eres hombre y alguna vez intentaste tomar clases de baile seguramente te topaste con obstáculos que quisieron impedírtelo. ¿Te acuerdas de Billy Elliot tratando de convertirse en un gran bailarín de ballet mientras su padre quería que fuera boxeador? Pues esto es completamente real y el bailarín Igor Yebra se ha expresado al respecto.

“Algunos niños, al llegar a cierta edad, dejan el ballet por los comentarios. Es muy duro pero es real. Mi padre y mi madre querían ser bailarines y en su época les llamaban puta y lo otro. Yo tengo niños en mi escuela y las cosas han cambiado con respecto a lo que me hacían y decían, que era de todo. Lo que hoy se llamaría acoso escolar o bullying. Pero como yo tenía claro lo que quería ser pasaba de ese tipo de cosas. El tiempo, afortunadamente, me ha dado la razón. En la escuela, cuando los chicos llegan a los 12 o 13 años, empiezan a abandonarla y, al indagar, veo que es por el entorno. Muchos jóvenes dejan el ballet por los comentarios homófobos”, explica Igor.

Pero no nos vayamos tan lejos, expresiones dancísticas como el flamenco también sufren las mismas consecuencias. Es triste ver los exámenes de admisión a las mejores escuelas con un porcentaje mucho mayor de mujeres, a pesar de que esta danza requiere expresiones masculinas.

La historia se repite siempre, justo como lo dijo Igor, y los chicos que se aventuraron a desafiar estereotipos poco a poco van desistiendo debido a comentarios o agresiones que se derivan de la homofobia.

¿Qué hacer entonces?

Igor cree que debemos evolucionar; que aquel apoyo que hoy le damos al matrimonio igualitario deberíamos dárselo también a la inclusión sin prejuicios de los hombres en el mundo de la danza, sea cual sea la corriente. Además nos recuerda que los prejuicios se heredan: “Lo que está claro es que la culpa de lo que unos niños dicen a otros no es suya sino de los adultos, de lo que les estamos inculcando. Cuando yo decía a mi madre que yo era muy machote, algunos habrán entendido la ironía, pero la gran mayoría, no”.

 

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