28J: El respeto a la Diversidad, ¿lo ves medio lleno o medio vacío?

Un año más -y con éste suman cuarenta y cinco- conmemoramos el primer alzamiento social de la comunidad LGTB contra la opresión, el acoso y la violencia institucionalizada. Sería un momento perfecto para brindar y celebrar los innumerables hitos que la comunidad ha conseguido en este casi medio siglo. Sin embargo, al comparar nuestras copas alzadas comprobamos que para muchas personas de nuestra comunidad están medio llenas, pero para un mayor número, medio vacías.

La deficiente gestión de la crisis de Occidente y la concentración del poder en los estratos más inmovilistas y reaccionarios de la sociedad están provocando no pocos menoscabos en la igualdad de la ciudadanía en muchos países, y no hablamos sólo de la económica. Lo estamos viendo en la extensa Federación Rusa, en la Unión Europea y, con cada vez mayor intensidad, en nuestra propia geografía.

La pobreza y la desprotección social se está “cebando” en estratos sociales que, sin haberse considerado nunca privilegiados, tampoco se habían visto afectados de manera tan virulenta por la miseria y la inseguridad frente a la Administración y los poderes públicos como en la actualidad.

Y ya deberíamos ver bastante contraprovechoso, además de necio, seguir consintiendo que se perpetúe la idea de que la supuesta/incierta ausencia de cargas familiares -que manda narices que se les llame ‘cargas’ cuando tanto plus de honorabilidad parece que proporcionan- facilita que las personas de la comunidad LGTB tengamos unas vidas de pleno lujo, despreocupación y desfase.

Esos cacareos, simplistas, tóxicos e insolidarios, han conseguido instalarse gracias a la permisividad del propio colectivo, tan culpable por no promocionarse como un activo necesario para el desarrollo de la civilización, como miope selectivo cuando tiene la suerte de pisar suelo firme mientras  la implacable lengua de lava se lleva por delante a todo a su alrededor.

Este abuso, ¿en qué lugar nos deja?

La radiografía de la situación social de las personas LGTB en España no dista en absoluto de la de cualquier otro integrante de la ciudadanía: La mutilación del acceso público a los pilares de la sociedad del bienestar -Sanidad, Cultura, Educación, Justicia, Dependencia-, el menosprecio de la jornada de la masa asalariada y la legislación favorable al tráfico de influencias y al descontrol fiscal y financiero, han provocado que el miedo a la derrota con represalias se aloje en los estratos con menos recursos, paralizándolos y abocándolos al consumo de insalubres subproductos de todo tipo para saciar su ansiedad y desazón.

Todas estas decisiones políticas -pues aunque las intenten disfrazar de herramientas que equilibran las fluctuaciones peregrinas e ineludibles del sistema mercantil- están consensuadas y orientadas a una metódica y ordenada ‘purga’ de la sociedad. Una siega que a golpe de guadaña cercena tobillos, rodillas, cinturas y cabezas, mutilando e hiriendo de muerte a quien no han tenido la previsión de introducirse en el sector de la corrupción y discriminación organizada que empapa transversalmente nuestro sistema.

Para satisfacer más si cabe esta escisión, en los últimos meses hemos asistido a la negación del acceso a las mujeres solteras y homo/bisexuales a la reproducción asistida prevista en la cartera de servicios del  sistema sanitario público, a la irresponsable expulsión de las personas inmigrantes de la asistencia sanitaria; a la reducción de partidas presupuestarias dedicadas a la prevención del VIH, a la invisibilización de los estudiantes LGTB en los centros públicos, al plan de regreso obligado de las mujeres a la minoría de edad –y a su criminalización- cuando solicitan ejercer su derecho a la interrupción del embarazo, al retrotraimiento del Tribunal Constitucional a una época previa al reconocimiento del matrimonio igualitario, a la impunidad de la jerarquía eclesiástica tras la demonización pública de la condición femenina, homo y transexual…

No obstante, todavía seguimos confiando ilusivamente en que vendrá un señor blanco, hetero y rico–nunca una señora, no pequemos de inconscientes- con una varita a arreglar, uno por uno, todos los problemas que afectan a nuestro colectivo.

No nos damos cuenta de que lo que necesitamos es deshacernos de toda esa vieja y mellada cristalería con la que seguimos brindando año tras año. Sólo así no nos quedará otra que comenzar a bebernos a morro la soberanía popular y establecer un sistema de mínimos que salvaguarde la equidad de todas las personas, independientemente de su origen, condición y anhelo personal. Y no neguéis que es un trago que, después de casi cincuenta años, nos merecemos.