A pesar de que está recubierto con una refulgente capa de sensibilidad cinematográfica, lo cierto es que el nuevo proyecto de Laura Nagy debe entenderse como un corto de guerrillas, como si se tratase de una historia tejida por las manos de los hermanos Dardenne (‘Dos días y una noche’).
Entramos en 2016 y nos encontramos con un tablero mundial en relación con el colectivo LGTB que no brilla tanto como debería en determinados lugares del planeta. Así ocurre en Australia, país en el que pese a contar con una población que respalda el matrimonio igualitario esta cuestión se ha quedado secuestrada por motivos políticos.
La película nos muestra como la relación entre Claire (Bianca Bradey) y Rachel (Madeleine Withington) crece con el paso del tiempo. A través de esos pequeños detalles que consiguen tatuarse en el corazón, podemos ver como las dos mujeres van enamorándose de un modo cada vez más intenso.
A través de detalles poéticos nos sumergimos en una relación que se convierte en un ejemplo para el activismo LGTB. Una historia directa y emocionante que se convierte en un ejercicio didáctico de normalización y de apoyo (absoluto) al matrimonio igualitaio.