No todo el sexo es coito, así que no te plantes

Desde que el sexo empieza a formar parte de nuestras vidas -o sea, casi desde que nacemos-, se forma en nuestra cabeza la idea -errónea- de que sexo es igual a coito. A lo largo de la historia, la sexualidad como fuente de placer ha estado muy castigada, sobre todo desde la aparición de las religiones monoteístas -que establecían mecanismos de control sobre el pueblo-. 

Aún así, cuando empezó a aceptarse dicha función placentera -más allá de la pura procreación-, ésta se asoció únicamente al género masculino, relegando la sexualidad de las mujeres a un rincón dentro de un cuarto oscuro. Y no sólo decidieron oilvidarse de ella, sino también castigarla duramente. Así, la única sexualidad que podía tener una mujer era aquella destinada a la reproducción -y sin que les gustase más de la cuenta-.

No creáis que esto es algo muy lejano, porque no fue hasta finales del siglo XIX y principios del XX cuando se empezó a poner en duda la no-sexualidad de las mujeres. Y Freud tuvo mucho peso en todo esto, porque su gran fama hizo que sus teorías sobre que las mujeres sí que podían tener orgasmos -error: de dos tipos- calasen hondo.

Demasiado hondo, quizá. Porque Freud afirmaba que, si bien las mujeres sí teníamos orgasmos, la forma en la que los teníamos demostraba nuestra madurez. Y, cómo no, las mujeres que tenían orgasmos a través del clítoris era inmaduras (vaya, justo aquello que pone en duda la efectividad de la sexualidad hasta entonces aprendida -sexo igual a la necesidad de un pene-), mientras que las que los tenían a través del coito -heterosexual, obviamente- eran maduras.

Más allá del coitocentrismo

Por supuesto, todo esto no es cierto. Master y Johnson, padres de la sexualidad moderna, desmintieron estos dos tipos de orgasmos y demostraron que las mujeres podíamos gozar de una sexualidad plena y satisfactoria, orgasmo incluido, y que éste sólo era uno.

Es decir, no existen dos tipos de orgasmos: vaginal y clitoriano, sino sólo uno (la respuesta sexual es fisiológicamente la misma se obtenga como se obtenga) que se puede obtener de distintas formas: clitoriano, vaginal, anal, por estimulación de los pezones o de los dedos de los pies o soñando ¡eso es cosa de cada una!

¿Por qué todo esto? Porque es necesario demostrar que la forma en la que entendemos nuestra sexualidad es una construcción que se ha consolidado a lo largo de muchos siglos. Por eso no es fácil cambiar las ideas erróneas de un día para otro ni hacer que las personas, sobre todo las mujeres, nos liberemos de los tabús y vivamos nuestra sexualidad libremente, descubriendo poco a poco aquello que más nos satisface.

Esta construcción de la sexualidad va de la mano de la construcción de nuestra sociedad patriarcal, muy arraigada también a lo largo de los siglos. El patriarcado es un sistema que coloca los valores considerados masculinos sobre los valores considerados femeninos, por lo que el hombre y sus decisiones tienen mayor peso e importancia que las mujeres y las suyas. Y así durante siglos y siglos. 

Uno de los grandes privilegios masculinos es la forma en la que aprendemos la sexualidad -aunque ellos también llevan su cruz, ya lo hablaremos-, con el hombre como referente. Si dijésemos que más del 75-80% de las mujeres disfrutan de su sexualidad a través del clítoris, estaríamos ante un conflicto de intereses porque ¿qué pasa entonces con el pene? ¿y qué hay del coito? 

El problema está en que nos han enseñado otra cosa. Lo vemos en las novelas, en las películas de Hollywood y hasta en el cine porno. Hemos mamado estos mitos y cuando, de repente, crecemos y los ponemos en práctica, nos llevamos un chasco importante porque no nos funcionan.

Todo esto no quiere decir que no podamos disfrutar del coito. Por supuesto que podemos. Es una práctica fantástica igual que otras, siempre y cuando nos guste y sepamos que es una forma más de obtener placer tan válida como cualquiera (masturbación -a solas o en pareja-, sexo oral, sexo anal, masaje del cuerpo, etc.).

Recordemos que a la hora de obtener placer existe una importante carga de subjetividad que influye en nuestras sensaciones (tanto para bien como para mal): la persona con la que estamos, el contexto, lo que nos permitimos y lo que no, nuestras fantasías, etc.

Por lo tanto, aprendamos de nuestro cuerpo, descubramos lo que nos gusta (¡y lo que no!) y esforcémonos por saber comunicarlo cuando tengamos sexo con otras personas. Sin miedos y sin pudores. Porque toda práctica sexual llevada a cabo voluntariamente y de forma segura y consensuada es válida. Nadie es quien para decirnos cómo debemos disfrutar o qué es mejor y más respetable. ¡El sexo es placer y salud!

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